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Archive for May, 2014

Por Daniel Mancebo ZorrillaImage

     La mayoría de las personas deja de creer en la existencia de Dios porque atribuye a él muchos de sus pesares y aflicciones. Implico a la mayoría porque según la palabra de Jesús, en realidad, son pocos los escogidos (Mateo 22:14). La gente alega que no cree en Dios porque dice orar para que Dios les conceda ciertas ciertas peticiones, posesiones o privilegios, y, al ver que no se consiguen o que los resultados son, a veces, todo lo contrario a lo deseado. Refieren no entender porque Dios permite muchos de los horrores que hay en el mundo: los genocidios, las crisis económicas que de tanto en tanto atraviesa la Humanidad, los desastres naturales y los provocados por el hombre mismo, etc.

Primero, aclararé que la voluntad total de Dios no se ejecuta en este mundo o en este planeta, no sé si ocurre igual en todo el sistema solar. Muchos se sorprenderán por esta afirmación y hasta podrían poner en duda la soberanía divina. Esto lo dijo el mismo Señor Jesucristo, cuando en su oración modelo, afirmó, en el evangelio según Mateo 6:10:Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo” (sic), dando a entender que la Santa voluntad del Padre celestial no se ejecutaba en la tierra y nos solicitaba que orásemos pidiendo para que aquí también se realizara. Desde luego, que sí, que cierta parte de la voluntad de Dios que sostiene el movimiento planetario y la vida misma que brota sigue estando presente. Pero esa vida se agota y se acabará.

Quiero explicar que cuando Elohim, que es un nombre plural en hebreo y se refiere Dios-padre, supremo, al Hijo y al Espíritu Santo y, quizá, a otros miembros del Reino celestial, crearon los Cielos y la Tierra, Adonay (el Señor) puso gobernantes o príncipes sobre áreas específicas del Universo. Uno de esos gobernantes, el Portador de la Luz, léase Isaías 14:12, o Lucifer, que según el libro Ezequiel, capítulo 28, versículo 15, era hallado “perfecto en todos sus caminos desde el día en que fue creado hasta que se halló en él maldad” (sic). Sus vestiduras, correspondían a su sitial y poder en la esfera celestial. Según Ezequiel, capítulo 28, versículo 13: Estuvo en el Edén, en el huerto de Dios; sus vestiduras estaban adornadas con toda clase de piedras preciosas: cornalina, topacio, jaspe, crisólito, berilo, ónice, zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; todo estaba cuidadosamente preparado para él en el día de su creación. Según la parte final de este versículo citado de Ezquiel, fue dotado de gran poder y brillo, como jefe guardián de Querubines, e impresiona de que guiaba la adoración al Altísimo: todo estaba cuidadosamente preparado para ti en el día de tu creación. Estaba posicionado sobre el área de la Tierra (el Edén).  Pero, las Escritura Sagradas, añaden que la soberbia y la vanidad le hicieron rebelarse contra Dios y quería ser como el Altísimo o más que él. Esta soberbia produjo su caída desde las Alturas del Reino celestial por traidor. El profeta Isaías, en su capítulo 14, versículos del 12 al 14, describe su caída en desgracia de esta forma: ¡Cómo caíste del cielo, Oh Lucifer, hijo de la mañana! ¡Cómo caíste por tierra, tú que derrotabas a las naciones! 13 Tú, que en tu corazón decías: “Subiré al cielo, por encima de las estrellas de Dios, y allí pondré mi trono. En el monte del concilio me sentaré, en lo más remoto del norte; 14 subiré hasta las altas nubes, y seré semejante al Altísimo.” 15 Pero ¡ay!, has caído a lo más profundo del sepulcro, a lo más remoto del abismo.” (sic).

Según Ezequiel 28:17: “Se enalteció su corazón a causa de su hermosura, corrompiendo su sabiduría a causa de su esplendor…” (sic) y fue arrojado por tierra…”

A partir de ahí, se convierte en el Adversario contra Dios, el padre de las mentiras, o Satanás, etc. Según Job 41: 33:  Nada en la tierra se le puede comparar; es un monstruo que a nada le teme. A los poderosos los mira con desprecio;
¡es el rey de todos los soberbios!”

Según el libro de Revelaciones o Apocalipsis, en su capítulo 12, versículos del 7 al 9: “Hubo un gran combate en los cielos. Miguel y sus ángeles lucharon contra el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya lugar en el Cielo para ellos. Y fue arrojado el Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles con él.

     Según la Enciclopedia Judía, el arcángel Miguel, pronunciado en hebreo aproximadamente como Miyael, () se representa como el defensor de Israel y probablemente el defensor de los fieles, como uno de los arcángeles, jefe de príncipes celestiales (léase Daniel 10:13).  Los expertos del Talmud reconocen que el significado de su nombre es igual a “¿Quién es como Dios?” y encontraron alusiones a ello en Éxodo 15:11 () y en Deuteronomio 33: 26 () combinado la primera voz del pasaje anterior con la segunda del último Léase Números 2:9).

E incluso, algunas congregaciones, como los Testigos de Jehová, lo identifican como el nombre del Señor Jesucristo en el campo celestial, alegando que sólo él puede ser o ejercer como Dios.

Al sublevarse contra la Santidad del Creador y Dador de la Vida, arrastró a todo lo que estaba bajo su dominio, sus huestes o ejército, vidas, sumergiéndolo en la oscuridad y la ceguera del entendimiento y la esclavitud del pecado y al terreno de la muerte. En nuestra manera terrenal de ver las cosas y de resolverlas a través de las guerras, el Señor Yahweh (יהוה) pudo haber acabado esa rebelión en un santiamén, con su poder omnímodo. Pero si así hubiese sido, toda la vida que que subyacía bajo el poder o dominio del enemigo, se hubiera perdido o destruido para siempre. El Padre celestial, en su infinito amor, quiso otra forma de rescate para dar vida en abundancia y que no todo pereciera.

Yeshuah, afirma claramente también, en otro pasaje bíblico, que el gobernador de este mundo o planeta es Satanás. Léase Juan 14: 30: “Ya no hablaré mucho con vosotros: porque viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en mí”.

Es esa la razón por la que en Lucas 4: versículos 5 al 7, durante el duelo o enfrentamiento de las dos voluntades, divina y diabólica, entre Jesús y Satanás, éste último para intentar ganar el duelo o la voluntad de Yeshuah, ofrece su dominio, es decir, los reinos y las riquezas de este planeta o mundo: “…

 

La palabra hebrea para la “vida” es chayim (חַיִּים), una forma plural que contiene 2 letras consecutivas o yods (יי) que representa “a dos manos sostenidas juntas” (en hebreo la palabra yad [יָד] significa “mano”), o la unión de nuestro espíritu con el Espíritu de Dios. Esta palabra revela por sí misma que no hay vida apartado de la unión con Dios, quien extiende su mano a nosotros para decir, en Juan 15:4: “Vivid en mí; como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid”.

Es como si fuéramos una batería recargable, que si no se nutre para recargar de la fuente principal de energía, se agota. Desde luego, somos más que una simple batería recargable.

Este mismo “Quien es como Dios”, el arcángel Mijaíl quien derrota con sus ángeles a Satanás en el Reino celestial, és el mismo que lo vuelve vencer dentro de su dominio terrenal, naciendo como Yeshuah el Mesías o Salvador; lo vuelve a derrotar en el Reto o Duelo del desierto; lo vence de nuevo entregando su vida justa en la cruz por el perdón de los pecados, y retorna a vencerlo con la resurrección, recuperando su vida gloriosa por medio de Dios. Y es quien, finalmente, lo destruirá para siempre, aboliendo la esclavitud de la muerte y del mal en el fin de los tiempos.

Yeshuah nos invita a vivir en Dios quien es la fuente de vida, el amor, la luz, la verdad, la sanación, la belleza, el hálito, y la salvación.  Yeshua es la Fuente de toda vida y en él encontramos, refrigerio, fuerza, y plenitud de alegría, en la medida que conectamos con su vida. El Señor es nuestra luz y nuestra salvación, el mediador de la la vida divina (Psalmos 27:1; Juan 1:4).

La voz misma del Señor, tal como dijo a sus discípulos estando ellos en la barca y en medio de la tormenta, aún nos habla: “¡Ánimo, que Soy Yo! No temáis.”(Marcos 6:50).

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